In Memoriam: Arturo Anhué
Agosto 11 de 2024
En tiempos recientes, vivió un joven de un corazón puro y libre de maldad, lleno de ilusiones y esperanzas. Era un alma inocente, incapaz de albergar rencor alguno, que debió tener la oportunidad de una vida larga y próspera. Sin embargo, el destino, siempre impredecible, había decidido otra cosa. Su cuerpo, antaño dinámico y sano, en algún día comenzó a fallarle, y aunque su espíritu seguía lleno de luz, el físico ya no podía sostenerle y lo recluyó en sí mismo.
Por años, meses y semanas más frecuentes, residió entre el confortable ambiente de su hogar y la frialdad de una cama de hospital, hasta que un fin de semana algo cambió. Ya no volvió a su lecho familiar, sino que percibió estar rodeado de una extraña luz blanquecina. Su mundo, ya de por si limitado, ahora se reducía a recibir tal destello constante, pero comenzaba a desvanecerse, apagándose lenta e inexorablemente. Quiso resistirse por el temor de estar en tinieblas, pero su cuerpo definitivamente no le respondía. Entonces, en un momento de inesperada revelación, el halo desapareció en el momento que sintió como se liberaba de esa prisión física que le retenía.
Estupefacto con el movimiento y la ligereza de su ser, el joven miró por doquier y vio que todo a su alrededor se difuminaba. Ahora flotaba con una paz indescriptible, libre del dolor y de las cadenas que le habían atado por tanto tiempo. Trató de correr con las ganas de buscar y abrazar a aquellos a quienes hace mucho no veía, creyendo que podría avisarles: ¡Mamá, ya vine, ya me compuse…! ¡Papá, ya he vuelto, ya me alivié! Pero, por más que lo intentaba no hallaba adónde ir. En su lugar, escuchó susurros como voces lejanas que lo llamaban desde la distancia, llevándolo hacía un sendero, que algo en lo más profundo de su ser le decía que no podría evitar.
En ese crucial instante el joven supo que no caminaría su cuerpo, sino su espíritu. Al marcharse, su sufrimiento se quedaría atrás como una pesadilla que se desvanece con la primera luz del alba. Por primera vez se sentía en franca paz, pero aún le inquietaba la oscuridad que ya le rodeaba, sin embargo, no tenía miedo; percibía ecos que lo animaban a irse llenando su corazón de serenidad. Empezó a avanzar viendo hermosas estrellas al alcance de sus manos, brillaban como encantadoras luciérnagas iluminando la noche, en cada destello recibido sentía que algo lo reconfortaba, y así, los sombríos recuerdos que pudieron torturar su alma comenzaron a desaparecer, envueltos en una claridad que le permitía comprender lo que le sucedía y, cual reproducción de un videorecuerdo, tener la voluntad de ver lo qué le pasó.
El joven vislumbró la escena de un cuartito de hospital a media penumbra, ahí estaba su espíritu pendiendo y atado a su cuerpo relajado, inerte sobre la cama, cubierto por una sábana blanca. Dos desconocidos lo movieron a una camilla, escribieron algo en un papel y enseguida lo sacaron de ese lugar, Quizás esto debió provocarle el llanto, pero ya separado de toda sensación física él solo tuvo resignación. En cambio, se iluminaba con un fino resplandor, colmando su ser de una tranquilidad etérea. Supo entonces que eso era un final definitivo. Aunque exhaló un ligero lamento por el sufrimiento que su partida causaría en los suyos, también comprendió que esta experiencia era un momento de tránsito, pues su vida ya había terminado.
De repente quiso ver su hogar por última vez, y estar, aunque sea un instante con sus padres, agradecerle a su nana. Esa voluntad le proyectó una escena vacía. Su corazón se inquietó al no encontrar a la familia, pero también le decía que estaban muy cerca. Una nueva escena le mostró las afueras del hospital, ahí pudo verla en el rincón de una reja, en un ir y venir; sus rostros expresaban la incertidumbre, la pena, la tristeza o el dolor. En esa imagen trató de reconocer a su mamá, pero no la identificaba, sin embargo, sintió un vuelco en el corazón al distinguir a su papá. Hace tanto tiempo que no lo veía. Aún lo recordaba jovial, noble, apacible, amoroso, y ahora mismo lo miró teniendo un semblante de dolor profundo. Quizás por las noches de desvelo o por llorar sus pérdidas humanas, sus ojos carecían de brillo, sus cejas estaban fruncidas creando líneas duras en su frente, sus mejillas estaban harto tensas y con la boca entreabierta, tratando de mantener su cordura, pero reaccionando con los gestos y las débiles palabras que le permitía su ánimo, en una mezcla de incredulidad, de desesperación, de vacío y soledad que transforma a una persona para siempre. El joven quiso acercarse a su papá, consolarlo y reanimarlo, pero su presencia ya no podía atravesar la barrera que separa lo tangible de lo intangible. Entendió que su tiempo ahora sí había concluido, y aunque en su corazón anhelaba abrazarlo solo una vez, sabía que debía seguir adelante.
¡Hasta luego hermanito!
Respetuosamente:
Perseo Rosales Reyes