del Profr. Arturo Rosales Toledo

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noviembre 01, 2024

Durante un viaje de nostalgia, regresando de su terruño oaxaqueño, mi querido Papá, el profesor Arturo Rosales Toledo, recordaba que en sus días de secundaria, quizá en 1947 o 1948, viviendo en Huajuapan, Oaxaca, lejos de casa, se emocionó leyendo por primera vez “La Ilíada”. Sin embargo, se le dificultó entender los versos y cantos del épico poema: “…en ese entonces creí que los griegos tenían que ser muy tontos para irse a la guerra por un mal de amores –platicaba el profesor Arturo–. Mucho después pensé que esa guerra entre griegos y troyanos fue un capricho de las diosas del Olimpo. Pero casi al terminar mi carrera de profesor, cuando leí otra vez ese libro de Homero, entendí que el destino ya estaba escrito, aunque había cosas que pudieron cambiar debido a la personalidad de las diosas involucradas, principalmente Hera”.


En la mitología griega, Hera fue la hermana de Zeus e hija de Cronos y Rea. Desde niña, mostró una capacidad especial, pues en sus visitas al bosque de Pholóē conversaba con las dríadas, quienes le confiaban sus problemas con los centauros, cuyo tosco paso dañaba las raíces de los robles, obligándolas a enterrarse más y más. Entonces, la pequeña Hera convocó a las dríadas y centauros para establecer acuerdos de respeto y colaboración, transformando el bosque en un hogar armonioso para todos sus habitantes. Al entrar en la adolescencia, Hera desplegó su belleza divina en una estampa cautivadora. Su figura esbelta y elegante se movía con gracia innata; su cabellera dorada resplandecía como el sol, y sus ojos, siempre brillantes, atrapaban la atención de quienes osaban contemplarla. Su pureza interior irradiaba una gracia y majestuosidad que la envolvían, dando una impresión de divinidad y nobleza. Esto cautivó al joven Zeus, quien pidió el permiso de Cronos para desposarla. El padre condicionó el permiso a la aceptación de la ingenua Hera, entonces, Zeus se transformó en un “pajarillo cuco moribundo” y se arrojó en su camino fingiendo una triste condición que despertó la lástima de Hera. Ella lo recogió y lo cuidó, hasta que él reveló su verdadera identidad. A pesar del engaño, Zeus se disculpó ofreciéndole matrimonio, y con la anuencia de Cronos, Hera aceptó convertirse en su consorte.


En el reino olímpico, Zeus y Hera emergieron como la pareja suprema simbolizando autoridad moral y justicia. No obstante, esa relación no fue sencilla. Durante un tiempo disfrutaron de una relación amorosa intensa, pero Zeus pronto desatendió a Hera, quien fue consciente de sus múltiples infidelidades. Aunque su amor por él era profundo, las constantes traiciones la llenaban de enojo y decepción, forjándola como una noble y ferviente protectora de la lealtad y la integridad matrimonial. La diosa creía firmemente que proteger el vínculo conyugal era esencial para mantener una familia plena y unida. Cada traición no solo era una afrenta personal, sino un agravio contra los valores y creencia que ella defendía con fervor. Así, Hera se convirtió en una consorte empática, sabia y valiente, pero también mostró el maniqueísmo, el rigor y la obstinación que definían su personalidad. 

La intervención en el juicio de Paris fue un momento clave que exhibió la complejidad en la personalidad de la diosa Hera. Con su peculiar estilo narrativo relataba el profesor Arturo, que: “El ego de Zeus estuvo detrás de una gran celebración, pero se le olvidó invitar a la diosa de la discordia, esta fue al evento para dejar una manzana de oro con la frase "A la diosa más bella", entonces las diosas: Hera, Afrodita y Atenea reclamaron el fruto, pero Zeus encargó al príncipe Paris, un joven y guapo mortal, hijo de Príamo, Rey de la legendaria Troya, que a su criterio eligiera a la diosa más bella del Olimpo, que supuestamente sería su esposa, entregándole la manzana dorada. Ese Príncipe se dejó tentar por las promesas de las tres diosas, cada una ofreciéndole respectivamente un don tan deseado como peligroso: poder, amor o inteligencia”. Paris dio la manzana a Afrodita, recibiendo el amor: “…eso que ella ofrecía como el sentimiento más sincero y noble del individuo, capaz de desvanecer el odio y colmar de alegría, de dicha y compasión a los corazones de los hombres”. Sin embargo, para Hera y Atenea, las diosas despreciadas, el joven príncipe se había dejado manipular con los ardides de Afrodita, y tantito peor: “…al deliberar su decisión Paris no eligió a la diosa más hermosa –decía el profesor Arturo-, sino que realmente ese príncipe exhibió ante todo el mundo a las diosas más feas… ya fuera por su físico, su carácter, su actitud o sus sentimientos”, por eso, aparentemente Atenea estaba muy molesta y Hera sentía un gran enojo, además esa maña de Afrodita alcanzaría a Helena de Esparta, la esposa del perverso rey Menelao, hechizándola hasta llevarla a los brazos de Paris.


Decía el profesor Arturo: “En ese juicio, Paris tampoco eligió a Afrodita sino el amor que le prometió, pero no era un amor puro, era algo distinto, un amor carnal, que es el de la tentación, del irreprimible deseo de posesión, al que Helena correspondió atraída por la galanura de Paris y obviamente, invadida con la sutil esencia de Afrodita”. Tal acto de infidelidad, ocurrido por primera vez durante un descuido del esposo mientras realizaba un acto de veneración en honor de Atenea, en el santuario de Terapne, no habría trascendido de no ser por el arrebato y la osadía de Paris, quien decidió continuar la insana relación apostando a Helena en un duelo con Menelao: “…que era un guerrero experimentado, muy hábil y ostensivo; eso valía para ganarle fácilmente el combate al joven rival de amores, bastando con darle una certera estocada en el corazón. Pero entonces, el hermano Héctor intervino enfrentando al rey burlado y salvando a Paris de una muerte segura. Luego de esconderse algunos días, pudieron escapar hacia Troya llevándose a Helena.”

Consternado por las noticias, el rey Príamo sintió un terrible enojo por el proceder de sus hijos; sin embargo, todo sentimiento negativo se esfumó al verlos llegar sanos y salvos, resguardados tras las murallas de su ciudad ilión; ahí: “…en vez de un buen regaño o un castigo ejemplar -relataba el profesor Arturo-, el mamarracho Paris fue vitoreado como un héroe y su gran trofeo: la loca de Helena, fue nombrada princesa de la corte de Troya”. Tales actos proporcionaron al burlado rey Menelao y a su ambicioso hermano, el rey Agamenón, un pretexto perfecto para unir sus fuerzas bélicas y restaurar su honor, lo que les permitiría someter el reino de Príamo y saquear sus tesoros, sin embargo, Atenea, y en particular la diosa Hera, vieron la oportunidad de darle un escarmiento a Paris, así como a todos sus protectores encabezados por su padre, el Rey Priamo, sus esposas Arisbe y Hécuba, así como su múltiple descendencia. Entonces: “… las diosas ofendidas incitaron una gran cruzada hasta la ciudad de ilión, que es el nombre de Troya –explicó el profesor Arturo-, dando origen a lo que conocemos como la Guerra de Troya, o la Ilíada [la batalla en ilión]”. 


Con su poderosa influencia, la diosa Hera motivó el ímpetu de conquista y venganza del enorme ejercito micénico comandado por el rey Agamenón, cuyos soldados aqueos sitiaron Troya alrededor de su muralla, a fin de atacar y desatar una guerra, sin embargo, su intención divina no era destruir Troya, Hera quería primordialmente escarmentar a los cobardes e indignos como el príncipe Paris, que simbolizaba, según ella, a los fulanos cegados por la codicia y la lujuria que solo son capaces de exhibir su infidelidad y cobardía. El profesor Arturo explicó: “Debido a su poder e ingenio, Hera tramaba con Atenea para amolarse a Troya. Pero a pesar de su coraje contra Paris y los troyanos, le tenía afecto al primogénito Héctor, hermano de Paris, y no le deseaba ningún mal”. La diosa Hera apreciaba mucho el carácter de los guerreros, que no consistía en su fortaleza, sino en su nobleza. Por un lado, estaba Héctor quien se destacaba por su sensatez, valentía y cabalidad, por eso la diosa lo protegía silenciosamente junto a su esposa Andrómaca, asegurando que su unión permaneciera firme frente a la adversidad y mantener ese modelo de virtud que pudiera redimir la deshonra de su hermano Paris. Por otro lado, estaba Aquiles que peleaba por una obligación del rey Agamenón, pero esperaba vengar la muerte de su amigo Patroclo y el ultraje a su pareja Briseida. “Ambos guerreros eran formidables rivales -decía el profesor Arturo-, pero el destino en su curso ya escrito e implacable, llevó a Aquiles a desafiar a Héctor en una lucha directa”. La angustia invadió a la diosa Hera al enterarse de la pelea, sabiendo que la muerte de Héctor sería un golpe devastador para todo lo que ella defendía, y que Aquiles no merecía morir porque combatía por el honor de Patroclo. Esa batalla finalizó cuando Héctor, el pilar de Troya y defensor de su pueblo, murió clavado por la lanza de Aquiles, marcando el inicio de la caída de Troya.


La artimaña del caballo permitió la entrada de los aqueos a la legendaria ciudad, desatando muerte y destrucción. Hera, que observaba desde el Olimpo, no encontraba regocijo en ese mar de sufrimiento durante la destrucción de Troya, pues su deseo nunca fue la aniquilación total. Y un nuevo golpe la afectaría: “… pues Hera sufrió una profunda decepción cuando vio al desgraciado de Paris oculto desde las sombras y por la espalda, disparar la flecha que mató a Aquiles -El profesor Arturo reflexionaba-, este acto traicionero marcó de dolor a Hera, quien veía en Aquiles un símbolo indestructible de honor y valentía”. Al finalizar esa guerra, la diosa Hera vio en los sobrevivientes una mirada que revelaba temor y un destello de esperanzas, comprendiendo que las verdaderas hazañas no son los triunfos en la batalla, sino que son esos actos de humanidad que infunden el ánimo de vivir y seguir adelante, a pesar de lo oscura que pueda ser la adversidad. 

Lamentablemente la historia mitológica describe a Hera como una diosa omnipotente, celosa y vengativa, pero su personalidad realmente es una fusión entre fuerza, poder y coraje, rasgos que confluyen en su espíritu protector porque en el trasfondo poseía una sensibilidad que resonaba con la experiencia humana. Para ella, la lealtad y el honor no eran solo ideales abstractos, sino valores esenciales que debía proteger para evitar que el caos y la traición destruyeran las relaciones y las uniones que dan sentido a la existencia de los mortales. Y aunque su carácter era conocido por ser implacable ante la traición y la deslealtad, no se trataba de una dureza carente de propósito. Con cada intervención que ejecutaba, Hera demostraba que la justicia, aunque fuese de origen divino, siempre alcanzaría alguna profundidad humana, especialmente por la inocencia. Por ello, la diosa fue firme y obstinada porque consideraba que la justicia debía ejercerse sin vacilación para preservar el orden y la integridad de los valores esenciales: “…las acciones de Hera no buscaban que alguien ganara, sino proteger lo que realmente importa, presionando a vivir con integridad”, decía el profesor Arturo.


La comprensión profunda de la Iliada, la fascinación por la mitología griega, junto a su inquebrantable fe en el evangelio católico y el apoyo de su esposa Gloria, forjaron en el profesor Arturo la convicción de enseñar a sus hijos, que: “La verdadera personalidad no está en lo que somos, sino en lo que hacemos para proteger y mantener unidos a quienes queremos”. Así lo hizo hasta su último aliento de vida. Y sea por obra del azar o porque realmente existe un rumbo inevitable del destino, entre su familia resplandeció la hija pequeña, dotada de un carácter firme, con una capacidad y una fortaleza notables, demostrando con creces la predisposición para auxiliar solidariamente a los demás, resolviendo problemas con decisión. Esa hija, ahora convertida en una guardiana moral del legado familiar que el profesor dejara a su paso, mantiene encendidos los ideales que él inculcó. Y su nombre, en una justa, poética o mitológica coincidencia, también es Hera.





septiembre 17, 2024

Amada familia...

Cada instante que compartí con ustedes me hizo sentir tan afortunada. Los chuchinis, como les dice Papá, nacimos sin entender el mundo. Despertamos a la vida con dos sueños simples: tener algo que comer y vivir un día más. Pero en mi mundo, el que conocí siendo una pequeña cachorra con una apariencia de ardillita, descubrí un sueño mucho más hermoso: pertenecer a esta familia. Ustedes me dieron más de lo que una criaturita como yo jamás podría haber deseado. Nunca pasé hambre, nunca tuve frío, y cada día con ustedes fue una alegría que quedó grabada en mi corazón.




Recuerdo cómo corría incansablemente por la casa, con una energía inagotable, explorando cada rincón como si me esperara una nueva aventura. Saltaba de los sillones, al suelo, a la cama y de vuelta otra vez, movida por la emoción de sentirme viva y feliz junto a ustedes. Tal vez soñaba con ser libre, con correr y jugar sin parar, pero la verdad es que su casa ya era mi gran mundo, mi hogar. Nunca olvidaré cómo me lanzaba hacía la puerta de la calle cada vez que alguien de ustedes volvía de la escuela  o del trabajo, a casa, esperando con impaciencia sus abrazos llenos de cariño que tanto amaba. Lo mejor de mi vida empezó con ustedes.

Recuerdo algunos viajes en aquel cochecito azul de Papá. Me acomodaba en el medallón, mirando el mundo pasar con el viento soplando entre mi pelaje. Aunque a veces sentía ganas de explorar todo lo que veía, siempre preferí quedarme donde ustedes estaban. Sabía que, mientras estuviéramos juntos, todo estaría bien. Incluso cuando dejamos aquella casa de las escaleras redondas, supe que no importaba el lugar a donde fuesemos, porque mi verdadero hogar siempre estaría donde sus corazones latieran.

Tal vez soñé con criar mis propios cachorritos, que crecieran y pudieran sentir el amor y la seguridad que ustedes me dieron. Ese sueño fue realidad cuando llegaron los papás de Papá con las tías: Peka, Cachis y Werys, trayendo a su Jashito. Entonces tuve y cuidé de una hermosa camada con todo mi instinto maternal, hasta que cada uno fue adoptado encontrando su propio hogar. Aunque me quedé únicamente con mi cachorrita Camila, siempre sentí que, rodeada de ustedes, jamás estaríamos solas ni abandonadas. Porque el verdadero amor es lo que nos mantiene unidos, más allá de la distancia, el tiempo o las dificultades.





En los momentos difíciles, también sentí la incertidumbre de ustedes. Recuerdo esos días cuando la enfermedad se apoderó de Mamá y la tuvieron que operar dejándola mucho tiempo reposando en su cama. No podía hacer mucho, pero intenté consolarla a mi manera, o la vez que la pandemia invadió la casa, iba de un cuarto a otro, viendo con preocupación a cada una de ustedes. Entonces, cuando el silencio, el dolor y la incertidumbre llenaban la casa quería estar más cerca, esperando que mi compañía les trajera un poco de alivio. Quizás, en esos momentos, hubiera traído algún poder mágico para curarlos a todos, pero lo único que tenía para ofrecerles era mi simple compañía y transmitirles mi amor, que era más fuerte que cualquier dolor.

Y cómo olvidar esos momentos especiales, como cuando rasuraron mi pelaje trasquilándome en forma de un borrego. Fue algo indignante que no podía soportar; en ocasiones de estos enojos me tranquilizaba rascando con todas mis fuerzas el asiento de algún sillón. Y luego estaban Melody y Panque... haciendo travesuras a veces me sacaban de quicio, pero yo, con gruñidos y ladridos siempre intentaba meterlos al orden. También escuchaba la música que sonaba en casa, especialmente el rock, el pop y la electrónica. Pero ¡ay! cómo odiaba el breakdance... cada vez que escuchaba esa palabra, recordaba las vueltas que Papá me daba mientras yo estaba echadita en el suelo, y no podía evitar gruñirle.

Siempre fui respetuosa de mis espacios en casa, como ir al baño donde se debe o ese lugar especial en el lado derecho del sofá, donde solía acurrucarme para pasar la tarde, o frente al ventilador donde me refrescaba en los días calurosos, o mi rincón favorito que fue la recámara de Veruca, y su cama fue mi santuario.

Mi gentil Veruca, acurrucada a tu lado me sentí segura y amada, siempre cuidaste de mi bienestar con tanto cariño. Gracias por darme ese espacio, por permitirme compartir tu recamara y por atenderme preocupándote de mis antojos y de mi salud. Mi piadosa Jarrita, aunque a veces me hacías enojar, no te quería porque fueras una wuera o una negrita, sino te quise por esos abrazos y tus dichos que eran como un bálsamo de emoción y de ternura. Gracias por cuidarme desde que era una cachorra, por alimentarme y por atender mi enfermedad. Mi dulce Beba, fuiste parte de los mejores momentos de mi vida, siempre jugabas conmigo y me consentías dándome ropa, esos abrigos, los disfraces y tu disposición de salir a comprarme el antojito de las deliciosas patitas de pollo, haciéndome sentir como una afortunada compañera de tu vida.

Mi entrañable Mamá, gracias por llevarme a tu casa, por darme un hogar, siempre sentí tu amor, incluso en los momentos más difíciles. Y a ti, estimado Papá, gracias por protegerme y estar siempre para mí. Sé que en los últimos días ya no pude levantarme a recibirte como antes, pero siempre lo hubiera hecho con la misma alegría.

Ahora, mi amada familia, ya viví una vida plena, llena de amor. Si pudiera realizar un último sueño, sería verlos en paz, sabiendo que siempre estaré con ustedes, en cada rincón de la casa, en cada recuerdo compartido. Aunque ya no me vean a su lado, seguiré con cada uno de ustedes, en cada momento de dicha, en cada paso que den juntos, viviendo en sus corazones, que es el nuevo hogar que Ustedes me han dado.

Con todo mi amor y gratitud.


Yayis (2010-2024)








agosto 12, 2024

In Memoriam: Arturo Anhué

Agosto 11 de 2024

En tiempos recientes, vivió un joven de un corazón puro y libre de maldad, lleno de ilusiones y esperanzas. Era un alma inocente, incapaz de albergar rencor alguno, que debió tener la oportunidad de una vida larga y próspera. Sin embargo, el destino, siempre impredecible, había decidido otra cosa. Su cuerpo, antaño dinámico y sano, en algún día comenzó a fallarle, y aunque su espíritu seguía lleno de luz, el físico ya no podía sostenerle y lo recluyó en sí mismo. 


Por años, meses y semanas más frecuentes, residió entre el confortable ambiente de su hogar y la frialdad de una cama de hospital, hasta que un fin de semana algo cambió. Ya no volvió a su lecho familiar, sino que percibió estar rodeado de una extraña luz blanquecina. Su mundo, ya de por si limitado, ahora se reducía a recibir tal destello constante, pero comenzaba a desvanecerse, apagándose lenta e inexorablemente. Quiso resistirse por el temor de estar en tinieblas, pero su cuerpo definitivamente no le respondía. Entonces, en un momento de inesperada revelación, el halo desapareció en el momento que sintió como se liberaba de esa prisión física que le retenía.


Estupefacto con el movimiento y la ligereza de su ser, el joven miró por doquier y vio que todo a su alrededor se difuminaba. Ahora flotaba con una paz indescriptible, libre del dolor y de las cadenas que le habían atado por tanto tiempo. Trató de correr con las ganas de buscar y abrazar a aquellos a quienes hace mucho no veía, creyendo que podría avisarles: ¡Mamá, ya vine, ya me compuse…! ¡Papá, ya he vuelto, ya me alivié! Pero, por más que lo intentaba no hallaba adónde ir. En su lugar, escuchó susurros como voces lejanas que lo llamaban desde la distancia, llevándolo hacía un sendero, que algo en lo más profundo de su ser le decía que no podría evitar.


En ese crucial instante el joven supo que no caminaría su cuerpo, sino su espíritu. Al marcharse, su sufrimiento se quedaría atrás como una pesadilla que se desvanece con la primera luz del alba. Por primera vez se sentía en franca paz, pero aún le inquietaba la oscuridad que ya le rodeaba, sin embargo, no tenía miedo; percibía ecos que lo animaban a irse llenando su corazón de serenidad. Empezó a avanzar viendo hermosas estrellas al alcance de sus manos, brillaban como encantadoras luciérnagas iluminando la noche, en cada destello recibido sentía que algo lo reconfortaba, y así, los sombríos recuerdos que pudieron torturar su alma comenzaron a desaparecer, envueltos en una claridad que le permitía comprender lo que le sucedía y, cual reproducción de un videorecuerdo, tener la voluntad de ver lo qué le pasó.


El joven vislumbró la escena de un cuartito de hospital a media penumbra, ahí estaba su espíritu pendiendo y atado a su cuerpo relajado, inerte sobre la cama, cubierto por una sábana blanca. Dos desconocidos lo movieron a una camilla, escribieron algo en un papel y enseguida lo sacaron de ese lugar, Quizás esto debió provocarle el llanto, pero ya separado de toda sensación física él solo tuvo resignación. En cambio, se iluminaba con un fino resplandor, colmando su ser de una tranquilidad etérea. Supo entonces que eso era un final definitivo. Aunque exhaló un ligero lamento por el sufrimiento que su partida causaría en los suyos, también comprendió que esta experiencia era un momento de tránsito, pues su vida ya había terminado.


De repente quiso ver su hogar por última vez, y estar, aunque sea un instante con sus padres, agradecerle a su nana. Esa voluntad le proyectó una escena vacía. Su corazón se inquietó al no encontrar a la familia, pero también le decía que estaban muy cerca. Una nueva escena le mostró las afueras del hospital, ahí pudo verla en el rincón de una reja, en un ir y venir; sus rostros expresaban la incertidumbre, la pena, la tristeza o el dolor. En esa imagen trató de reconocer a su mamá, pero no la identificaba, sin embargo, sintió un vuelco en el corazón al distinguir a su papá. Hace tanto tiempo que no lo veía. Aún lo recordaba jovial, noble, apacible, amoroso, y ahora mismo lo miró teniendo un semblante de dolor profundo. Quizás por las noches de desvelo o por llorar sus pérdidas humanas, sus ojos carecían de brillo, sus cejas estaban fruncidas creando líneas duras en su frente, sus mejillas estaban harto tensas y con la boca entreabierta, tratando de mantener su cordura, pero reaccionando con los gestos y las débiles palabras que le permitía su ánimo, en una mezcla de incredulidad, de desesperación, de vacío y soledad que transforma a una persona para siempre. El joven quiso acercarse a su papá, consolarlo y reanimarlo, pero su presencia ya no podía atravesar la barrera que separa lo tangible de lo intangible. Entendió que su tiempo ahora sí había concluido, y aunque en su corazón anhelaba abrazarlo solo una vez, sabía que debía seguir adelante.


La escena se desvaneció. Una vez más el camino apareció frente al joven, parecía infinito y lleno de misterios. Con cada paso escuchaba ecos de más nitidez, ahí le pareció reconocer el llamado de su mamá, al que inconscientemente respondió: “Ya voy mamá… ya voy...” y avanzó hacía un resplandor que se acercaba. 

Aunque no tenía la curiosidad de voltear atrás del camino, escuchaba las oraciones de sus queridos familiares, esas plegarias llenas de amor y fe le acompañaban en tan místico viaje. Esto le parecía un sueño agradable, por primera vez en mucho tiempo el joven se sintió emocionado; había una chispa de esperanza que le animaba a continuar, infundiéndole el deseo de ir al final del sendero, hasta encontrar su nuevo destino: una estancia en esos horizontes tan vastos como el susurro del viento y nutrido con los ríos de eternidad que fluyen sin fin. En aquel paraíso donde la vida brota en cada rincón, el joven sabía que estaría en paz. Ya no habría más sufrimientos ni pesares; solo el amor eterno y esa morada, donde los suyos o tal vez su Creador, le esperaban con los brazos abiertos ofreciéndole un hogar, donde la vida resurge en cada suspiro del alma y el tiempo deja de ser el límite insuperable de la existencia.

¡Hasta luego hermanito!

Respetuosamente:
Perseo Rosales Reyes

febrero 02, 2024

Carta redactada en el año 2004, publicada in memoriam de Polo, a 20 años de su muerte:


"Hoy, 21 de enero, la tristeza nos invade tras recibir la noticia de la muerte de Polo, nuestro adorado perrito. Me desgarró el alma ver a mi pequeña Eka llorar con mucho sentimiento, pero todavía más demoledor es aceptar que nunca más volveremos a abrazarlo. Caray, sufrimos inesperadamente de un dolor profundo que tardará tiempo en desaparecer. Aún más doloroso fue vivir mi mayor temor: enterarme de la pérdida de un ser querido estando lejos de casa.

¡Adiós amigo... adiós hijo!


Polo no era solo una mascota, era un miembro más de nuestra familia. Alguien podría decir que exageramos al sentir tristeza y desconsuelo porque un animal no tiene el mismo valor que una persona, pero quienes han tenido un compañero fiel como Polo, saben que su pérdida deja un vacío enorme, era alguien que nos recibía con brincos y fiesta cada vez que nos veía regresar después de mucho tiempo de estar lejos de casa. En sus ojitos siempre había una chispa de nobleza y amor leal. En los días y noches acompañaba a cada quien incluso cuando la fatiga lo vencía, con una lealtad que sobrepasaba cualquier expectativa. En él no solo veíamos un perro, sino un emblema de unión, alegría y amor leal.


Hoy, mientras maldecimos los sucesos que derivaron en el accidente que acabó con su vida, también surge una reflexión inevitable sobre lo frágiles que somos frente a los imprevistos de la vida. Pienso que a pesar de nuestros mejores esfuerzos por proteger a todos los que amamos, siempre habrá detalles que se nos escapan, son descuidos que nos afectan haciendo vulnerable la vida. Cuando Eka y yo pensamos en traer a Polo a vivir con nosotros en Huajuapan, temíamos por su bienestar: que no hubiera de comer para él, que lo picara un bicho venenoso, que se enfermara, o que se quedara abandonado cuando fuéramos de urgencia a México, por eso creímos que dejar a nuestro querido Polo en casa de Valle sería lo mejor para él, que estaría en un lugar seguro donde la familia siempre lo cuidaría. Sin embargo, ni siquiera ahí pudimos evitar la tragedia. Un descuido, y el accidente sucedió.

¡Cuánto extrañaremos a mi Polo! Me cimbró ver el llanto de Eka, evocando la última vez que lo abrazó, cuando se enojó con él por una pequeña travesura. Sin embargo, también vinieron a su mente los momentos felices: cómo lo acariciaba y jugaba con él, cómo batallaba para bañarlo porque le importaba que su Polo no estuviera sucio ni oliera feo. Polo fue más que un perrito juguetón; fue un compañero alegre que unió a toda la familia. Lizbeth, Larys, Kelcyto… todas lo querían profundamente, y en su ausencia, nos ha dejado una lección invaluable sobre lo importante que es cuidar y proteger a los que amamos, sin descuidar ningún detalle.

La culpa por no haber estado allí en sus últimos momentos me pesa mucho, especialmente porque supe que Polo vivió situaciones que no pudimos evitar. Particularmente no fuimos capaces de defender a Polo de las injusticias que sufrió: como las veces que fue echado afuera de casa, de ese lugar que el veía como su hogar, porque a la Tía Dositela le molestaba el comportamiento de nuestro perro. Quizás Polo esperaba vivir el resto de su vida en una casa auténticamente nuestra, donde nadie le hiciera daño, y pudiera correr y saltar, y ladrar como a él le gustaba… y tristemente nunca conocerá ese hogar. También duele recordar cuando le pegaron de palos lastimándole una patita porque: “según había mordido”, en ese entonces casi se lo llevo el antirrábico por la falsedad de una escuincla que estaba mintiendo y realmente se había arañado con un alambre. Y sufrió mas maltrato cuando ordenaron amarrarlo para que no se metiera con la gente que entraba al espacio del Kínder en que se convertía una gran parte de "su casa", y de paso no pudiera rascar en la tierra de las plantas ¿Por qué esas injusticias? Y también cuando se le pidió a la Tía Dositela darle de comer, ella cumplió todo el tiempo aventándole al suelo piezas de pollo crudo. Y sobretodo… cuando sobrevivió a un accidente que quizás fue un preludio de lo que ahora acabó con su vida… y que no pudimos prever, sabiendo que él era así. Fueron cosas dolorosas que nos recuerdan que Polo solo buscaba un poco de libertad, amor y protección. Aun en medio de esas dificultades, él siempre fue nuestro fiel amigo, y aunque no pudimos salvarlo en sus últimos momentos, espero que Polo haya sentido siempre, el amor que le dimos durante sus cuatro años de vida.

La pérdida de Polo nos ha recordado lo frágil que es la vida y lo esencial que es estar atentos a los detalles que marcan la diferencia. Ahora, más que nunca, es vital comprender que nuestra responsabilidad no solo es proteger, sino también valorar a cada miembro de nuestra familia. En cada encuentro, en cada platica, en cada abrazo, en el despertar y anochecer de cada día, debemos asegurarnos de comunicar que todos estemos bien, que no hay problemas, no hay enfermedad, no hay hambre, o no hay odios ni corajes entre familia, porque la vida es incierta, y lo único que debe prevalecer cuando alguien se va inevitablemente, son los bonitos recuerdos y el amor que compartimos, no las culpas, no los remordimientos, ni los rencores, mucho menos los odios;  por eso yo acostumbraba preguntar: ¿Están todas bien? ¿Mi Polo ya comió?

¡Descansa en paz querido Polo! Va a ser muy difícil llegar a casa y no encontrarte, siendo el único juguetón que, sin importar el día, o la hora, saltabas de gusto por vernos, o te asomabas por las ventanas del viejo Chrysler Dart-K negro, buscando a tus niñas: Eka, Larys y Kelcyto. Tú imagen recibiéndonos siempre con entusiasmo, quedará para el futuro en nuestra memoria ¡Descansa en paz querido Polo! Tu espíritu sigue aquí, con nosotros, tú familia, recordándonos la importancia de cuidar y amar a quienes forman parte de nuestra vida. Aunque ya no estés físicamente, tu lealtad, tu nobleza, tu alegría, y el amor que nos diste perdurarán en nuestros corazones para siempre. ¡Gracias Polo, por habernos unido como familia, y por recordarnos lo importante que es tratarnos con cariño y respeto!"

 


Perseo
Enero 21 del año 2004



junio 30, 2023

Sin lugar a dudas, en estos tiempos del predominio de los ritmos electrónicos y especialmente de la terrible invasión reguetonera, uno de los principales referentes en la divulgación del repertorio de la música sinfónica es el violinista neerlandés André Rieu, quien al frente de su "Johann Strauss Orkest" ha logrado convertir la seriedad de un concierto clásico en todo un show musical, un espectáculo apetecible para todas las edades, itinerante por todo el mundo.

La primera vez que nuestro Papá Arturo Rosales tuvo la oportunidad de ver a André Rieu fue gracias a un DVD del concierto de 2009 en Maastricht. Entonces revivió su gusto por los clásicos, en donde particularmente le encantaban los valses y las polkas de Johann Strauss I y II, así como las danzas húngaras de Johannes Brahms y el Bolero de Maurice Ravel; sin embargo, fue hasta el 17 de octubre de 2015 cuando se le cumplió el deseo de ver y escuchar en vivo las interpretaciones de André Rieu con su elenco de músicos y voces, de gira por México.


Entrada al Auditorio Nacional, Octubre de 2015

En aquella ocasión desde temprana hora acudió en compañía familiar al Auditorio Nacional y después de curiosear entre los puestos de souvenirs puntualmente entró al recinto de Chapultepec, predispuesto a disfrutar de esta experiencia, quizás su único problema sería tratar de entender la charla que el músico suele tener con su audiencia, hecho que quedo resuelto cuando fue presentada la conductora Mónica Noguera como traductora del evento.

El siguiente video grabado por la familia, es un resumen de los momentos más atractivos de ese concierto de André Rieu, el 17 de octubre en el Auditorio Nacional.

► Reproducir videos de la Música Más Hermosa del Mundo

Álbum de fotos










mayo 31, 2023


Haciendo una reflexión, me dedique a pensar detenidamente: Así como el ocio es la madre de todos los vicios, pienso que la ignorancia es la madre de todos los males. Por lo que he visto a lo largo de mi vida, creo que un ser humano ordinario quien tiene la desgracia de ser un pobre desafortunado, también es alguien ocioso e ignorante; las personas que nacieron en la pobreza y hoy viven con tranquilidad, con desahogo económico, pudieron desterrar ese ocio y combatieron su ignorancia aprendiendo para dedicarse a un oficio o estudiando para ejercer una profesión, esto pasó porque desde muy temprano esa gente comprendió que conseguir o lograr algo, solo tiene un secreto, que es: la perseverancia en el trabajo y en el conocimiento. Esta es una idea que siempre he cultivado entre mi familia, con mis hijos y que subsista su espíritu de superación; ahora, al asistir a la ceremonia de graduación de mi primera nieta, Katy Rosales, que egresó de la Escuela Superior de Medicina del IPN, que se graduó en el Centro Médico Nacional del Seguro Social y empezó a laborar en los grandes hospitales del ISSSTE, atestigüe sus ganas de trabajar, de seguir preparándose para tener una especialidad médica, por eso orgullosamente veo que está nueva generación de mi familia comprende que sus sueños de éxito solo se construyen con un compromiso personal de trabajo y mucha educación.  

Extracto de las Palabras del Profr. Arturo Rosales Toledo, en "Nido de Ideas"

La Foto del Recuerdo: Eka en la ESM del IPN (2015)

Graduación de Eka en el Centro Médico Nacional, Siglo XXI

Eka: Juramento Hipocrático de los Médicos Internos, en el HR Gral I. Zaragoza del ISSSTE 

agosto 04, 2021

Fue una foto de los albores del nuevo milenio; en esa época, los encantadores abuelitos inesperadamente se retrataron en una tarde noche de reunión familiar, acompañando a todas sus consentidas nietas millennials.

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